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La dimisión del conseller de Hacienda y la condena al exalcalde de Torrevieja transmiten la imagen de un PP agónico sin que Fabra sea capaz de reaccionar
JUAN R. GIL
El conseller de Hacienda, José Manuel Vela, que debía defender esta semana en las Corts un presupuesto de la Generalitat tan rácano e injusto como irreal, dimitió el viernes. No lo hizo porque esos presupuestos sean indefendibles, sino porque el Tribunal Superior de Justicia le investiga por haber filtrado al exconseller y exportavoz del PP, Rafael Blasco, un documento que el tribunal que ha imputado a este último por el reparto de dinero público a una supuesta ONG, había pedido y que jamás debía llegar a manos del acusado antes que a las del juez. Un escándalo dentro del escándalo, que salió a la luz gracias a los dos primeros periódicos en audiencia de esta comunidad, Levante e INFORMACIÓN, y a los reflejos periodísticos del fotógrafo de la primera de las cabeceras citadas Ferrán Montenegro, que se encontraba en el hemiciclo cuando Vela decidió pegarse el tiro en la sien e inmortalizó, nunca mejor dicho, el momento. Pocas horas después de conocerse la dimisión del hasta entonces titular de Hacienda, se difundió la sentencia del mismo tribunal por la que condena a tres años de cárcel y siete de inhabilitación al que fue alcalde de la quinta ciudad de la Comunidad, Torrevieja, el todavía diputado autonómico del PP Pedro Hernández Mateo, por prevaricar en una contrata. Si fuera el final, aún tendría un pase. Pero son sólo dos capítulos más de un culebrón por entregas, la enciclopedia de la corrupción y los desmanes, que hace que los ciudadanos de esta autonomía no nos sintamos gobernados, sino avergonzados de quienes todavía ostentan el gobierno.
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